La Iglesia tiene una gran santa que amaba hasta que dolía.
Hay dos hechos impresionantes de la Madre Teresa que se ha
conocido recientemente.
El primero fue que recibió mensajes directamente de Jesús.
Y el segundo que esa comunicación cesó de improviso y por
más de 40 años padeció la “noche oscura del alma”.
Resulta increíble como la Madre Teresa pudo realizar su
fantástica obra con los pobres de la India sintiéndose abandonada por Dios.
“De sangre, soy albanesa; de ciudadanía india; por fe, soy
católica; por vocación, pertenezco al mundo y, por corazón, pertenezco
totalmente al Corazón de Jesús.”
Madre Teresa de Calcuta
UN MISTERIO DE AMOR Y EL NOMBRE DE TERESA
La Madre Teresa de Calcuta fue, durante su vida y aún hoy,
años después de su muerte, un misterio de amor.
Su sonrisa de niña brillaba en un rostro que se volvió
arrugado por los años y los sacrificios.
Ella encarnó el amor misericordioso de Dios de una manera
total, sin mezquindades, sin reservas.
¿Cómo explicar a aquellos que no han sido gratificados con
el don de la Fe la justificación de una entrega total de la vida al servicio de
los demás?
Tal vez sea un don que viene unido al nombre de Teresa.
Las Teresas han sido grandes en la Iglesia.
La Doctora de Ávila, reformadora del Carmelo, que dejó
escritos sublimes de misticismo y amor a Cristo Crucificado.
La florecita de Lisieux, Santa Teresita del niño Jesús, que nos enseñó cómo vivir la
“infancia espiritual” tan grata a Nuestro Señor Jesucristo.
El Carmelo ha regalado a la Iglesia muchas santas de nombre
Teresa.
La Doctora en Filosofía Edith Stein, judía de nacimiento,
enamorada de Cristo y hoy santa, que profesó sus votos como Carmelita con el nombre
de Teresa Benedicta de la Cruz y murió como judía, mártir del nazismo.
La pequeña chilena, Juanita Fernández Solar, también
carmelita descalza, cuyo nombre al profesar fue el de Teresa de los Andes.
Ambas fueron canonizadas por sus virtudes extraordinarias.
Pues bien, ese nombre tan alto sería elegido y elevado aún
más por una de las mujeres cuya santidad en vida tampoco tendría discusión.
Y lo eligió, como ella misma diría años después, no por la
gran Teresa de Ávila sino por la pequeña Teresita de Jesús.
Pero, ¿Quién fue, realmente, la Madre Teresa?
UNA NIÑA DE ALBANIA
Una niña llamada Agnes GoInxha Bojaxhiu, nació el 27 de
agosto de 1910 en la pequeña ciudad de Skopje, hoy capital de la actual
República de Macedonia, perteneciente a Albania y entonces todavía bajo el
dominio del Imperio turco.
La pequeña urbe caería en manos de sucesivos países,
generando esto una inseguridad creciente en la sociedad.
Aunque su hogar era acomodado, la temprana muerte de su
padre dejó a la familia en situación apurada, lo que hizo más fuerte la fe de
la madre y de sus tres hijos (Age, Lázaro y la pequeña Agnes).
Eso iría abonando la futura vocación de la niña de
consagrarse a Cristo.
“No había cumplido aún 12 años cuando sentí el deseo de ser
misionera”, contaría más tarde la Madre Teresa.
Desde sus comienzos infantiles de asistencia a los pobres
con la Congregación Mariana de las Hijas de María, y a pesar de su temprana
edad, Agnes sentía que su vocación crecía junto a aquella actividad de ayuda a
los pobres de su parroquia.
“A los pies de la Virgen de Letnice, escuché un día la
llamada divina, que me convencería de servir a Dios”, diría muchos años después
la Madre Teresa.
Quien confesó descubrir la intensidad del llamado gracias “a
una gran alegría interior”.
En septiembre de 1928, cumplidos los 18 años, el llamado a
la vocación religiosa se hizo irresistible para Agnes.
La que partió para siempre de Skopje, rumbo a Irlanda, a la
casa general del Instituto de la Bienaventurada Virgen María.
Tras un largo viaje, la futura religiosa llegó al convento
de las llamadas Madres Irlandesas.
La acogida fue afectuosa, pero su estancia allí fue sólo
momentánea dado el deseo de la novicia de ser una misionera activa.
VIAJE A LA INDIA Y PROFESIÓN RELIGIOSA
Informada en el convento de que en el Estado de Bengala, en
la India, las monjas de esa congregación llevaban a cabo una excelente labor de
ayuda a los necesitados, ese mismo año, embarcó rumbo a la India, adonde llegó
después de 37 días en alta mar.
Tras una pequeña parada en Calcuta, siguió viaje a su
destino final, Darjeeling, al cual llegó 51 días más tarde.
Después de un noviciado enfocado hacia la formación para la
enseñanza, Agnes profesó los hábitos el 24 de mayo de 1931, a los 21 años,
“Y de acuerdo con las constituciones de la Congregación de
Loreto, debía cambiar de nombre”.
“Elegí llamarme Teresa”, contó años después.
“Pero no fue por la grande Teresa que elegí el nombre —dijo
refiriéndose a la excelsa figura de Santa Teresa de Jesús—, “sino por la
pequeña”.
Agnes había tomado el nombre de Teresa en honor de Santa
Teresita de Lisieux.
Durante seis años confirmó tres veces sus votos de
profesión.
Hasta que el 24 de mayo de 1937, en la fiesta de María
Auxiliadora y en la Casa de Loreto en Calcuta, donde residía, Teresa Bojaxhiu
tomó los hábitos definitivos convirtiéndose en la “esposa de Jesús para toda la
eternidad”, como ella misma dijo.
El momento crucial de su vida y el que la convertiría en la
Madre Teresa de Calcuta, se produjo de improviso.
Ella misma nos lo cuenta:
“Ocurrió el 10 de setiembre de 1946, durante el viaje en
tren que me llevaba al convento de Darjeeling para hacer los ejercicios
espirituales.
Mientras rezaba en silencio a nuestro Señor, advertí una
llamada.
El mensaje era muy claro y así lo relató ella:”
“Tengo que dejar el convento y ayudar a los pobres viviendo
entre ellos.
Oigo la llamada de abandonarlo todo y seguir a Cristo en las
chabolas.
A fin de servirle entre los más pobres de los pobres, es Su
voluntad y debo cumplirla”.
El llamado no admitía dudas: debía entregarse totalmente a
Cristo ya que había visto en su rostro las caras de los desheredados de la tierra.
No sería algo fácil, en los próximos años todo parecería
estar en su contra.
Dado que dentro de su congregación no se le permitía ejercer
las tareas de asistencia a los más desprotegidos, cuyas quejas escuchaba afuera
de los muros del convento, la hermana Teresa se vio enfrentada a la decisión de
pedir la dispensa para salir de él, sin dejar por eso de ser monja.
Sería muy doloroso irse, dejando a sus alumnas y a sus
compañeras religiosas, pero el dolor que la requería afuera era mucho más
fuerte.
Para eso, debía obtener el permiso del arzobispo católico de
Calcuta, Ferdinand Periers, que no parecía fiarse mucho de la juventud de
Teresa.
Sin embargo, a principios de 1948, con el apoyo de su
superiora y el beneplácito del propio Sumo Pontífice, la hermana Teresa fue
autorizada a abandonar su orden.
Y así fue como la pequeña y menuda Teresa cambió el hábito
de las hermanas de Loreto por el Sari blanco de las mujeres pobres de la India. Pero con ribetes azules que simbolizaban su deseo de imitar
a la Virgen María.
Y llevando un crucifijo en el hombro que recordaba
permanentemente su exclusivo amor a Cristo.
Sobre su vestimenta, ella misma diría años más tarde:
“El sari permite a nuestras hermanas sentirse pobres entre
los pobres, iguales a los enfermos, a los viejos, de este modo nuestra forma de
vestir nos acerca a sus vidas..."
Desde ese momento se dedicó a socorrer hambrientos, a
visitar enfermos y a acompañar a moribundos abandonados en las calles.
Pronto se le unieron unas cuantas jóvenes que también
querían luchar contra tanta pobreza existente en cada esquina de la mísera
Calcuta.
Y así, después de una espera que le pareció eterna, el 7 de
octubre de 1950, aquella desconocida monja de Calcuta recibió la aprobación
oficial del papa Pío XII para la fundación de una nueva congregación religiosa
con el nombre de Misioneras de la Caridad.
Era una congregación especial, que se dedicaría a servir a
los más necesitados.
Y que añadiría a los clásicos votos de pobreza, castidad y
obediencia, el de entregar su vida exclusivamente a los más pobres.
En su largo camino, también su lucha contra el aborto,
consiguió frutos permanentes.
Frente al Congreso de los Estados Unidos, en un memorable
discurso, la Madre Teresa dijo aquella su recordada frase:
“El aborto es un homicidio en el vientre de la madre.
Una criatura es un regalo de Dios.
Si no quieren a los niños, dénmelos a mí. Yo sí los quiero”.
Y consiguió de la entonces Secretaria de Estado, Hilary
Clinton, la fundación de una casa para albergar a esos niños no queridos por
sus madres.
UNA DESCONOCIDA MADRE TERESA
Hasta aquí, todos podemos decir que esta es una historia más
o menos conocida.
Pero no sabemos nada, de lo que por años pudo ocurrir en la
intimidad de su alma.
Nadie nos contó, porque tampoco lo sabía, que durante años
ella tuvo visiones del Cielo y mensajes que guardó en lo profundo de su
corazón.
Esos mensajes la guiaban por el camino que Jesús deseaba.
A pesar de su intensa actividad socorriendo a enfermos y moribundos,
ella siempre encontraba tiempo para rezar, aunque eso le significara no dormir.
Dios estaba en ese deseo de donarse que tenía en lo profundo
de su corazón.
Había emigrado a la India para convertirse en monja a los 18
años, y trabajado como maestra por 17 años antes de experimentar varias
visiones y locuciones de parte de Jesús.
“La experiencia”, según escribió su confesor en ese tiempo,
fue “continua, profunda y violenta”.
Más tardé lo recordó como un diálogo dramático y fue
plasmado en los escritos de su confesor:
Jesús la llama “mi pequeña” y le pide que “lo lleve con los
más pobres:
."Quiero monjas hindúes… quienes serán mi fuego de amor
entre los pobres, los enfermos, los agonizantes y los niños pequeños".
Ella duda.
Él pregunta impacientemente, “¿Se ha enfriado tu
generosidad?”
LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
Un día, sin explicación, las visiones y locuciones
interiores cesaron de repente.
Durante los siguientes cuarenta años, la Madre Teresa se vio
envuelta en un oscuro e implacable silencio.
El Señor deseaba hacerle sentir Su propia soledad en el
Calvario.
Sólo una vez más escuchó la voz de Dios, y a partir de ese
momento, ella creyó que las puertas del cielo se habían cerrado para ella.
Cuanto más grande era su necesidad de alguna señal de parte
de Dios, más vacía y desolada se sentía.
Ha habido Santos que han hablado de sus tormentos
espirituales y sentimientos de abandono por parte de Dios.
En el siglo XVI, SanJuan de la Cruz describió esa terrible
experiencia como "la noche oscura del alma."
Pero sería difícil encontrar otro santo que haya sufrido una
oscuridad tan densa o una noche tan larga como lo hizo la Madre Teresa.
Juan de la Cruz y otros escribieron poemas y cánticos
espirituales para describir sus sufrimientos en la ausencia de Dios y de sus
anhelos frustrados por el abrazo de su amor.
Ella no lo hizo, pero en el año 2007, diez después de su
muerte, se publicaron un montón de cartas privadas que mostraron un
sorprendente nuevo lado de Teresa.
Un interminable periodo que duró 39 años de soledad
espiritual, que coincidía casi exactamente con su carrera de misionera.
En el que parecía que Jesús estaba ausente para ella, en sus
oraciones, incluso, en la Eucaristía.
“El silencio y el vacío es tan grande”, escribió ella, “que
busco y no encuentro, la lengua se mueve (en oración) pero no habla”.
Su perseverancia en ausencia de un sentido divino fue
probablemente su acto de fe más heroico.
Tanto su tormento como su increíble Fe fueron evidentes en
otra carta:
“Si alguna vez me convierto en Santa, seguramente será en la
oscuridad”.
Su cercanía a Dios, que ella misma no podía percibir, era la
raíz de esta serenidad que otros admiraban en ella.
Sin embargo, su sonrisa radiante escondía un abismo de
dolor, cubría el Calvario de su alma.
A todos podía parecer que la relación con Jesús estaba
llenando de consuelo a Madre Teresa.
En realidad era la fuerza de la gracia divina, así como su
determinación implacable y su fortaleza de carácter, lo que le dio la energía
para superarse a sí misma y vivir contagiando una alegría que no sentía.
Aun sintiéndose ella misma abandonada nunca dejó de cuidar a los abandonados.
"Han vivido como animales, al menos que mueran como
personas".
La Madre Teresa nunca habló de su dolor espiritual.
De hecho, sólo sus directores espirituales se enteraron de
su angustia.
Por medio de algunas líneas extraídas de sus cartas a ellos
que se han hecho públicas, podemos reconstruir las estrofas de una especie de
cántico espiritual que representa la noche oscura del alma de la Madre Teresa:
“. . .Yo no sabía que el amor puede hacer que uno sufra
tanto. . .
. . . el dolor humano, causado por el divino . . .
Cuanto más lo quiero, menos querida me siento . . .
Quiero amarlo como Él no ha sido amado, y sin embargo siento
esa separación, ese terrible vacío, esa sensación de ausencia de Dios . . .
Dicen que la gente en el infierno sufre un eterno dolor por
la pérdida de Dios. . .
Su sonrisa afectuosa, su actitud bondadosa, disponible,
atenta a las necesidades del que tenía enfrente, nunca dejaron entrever su
martirio espiritual, que ahora conocemos: en secreto su vida era un infierno.
Como ella confió a su director espiritual, en 1957:
“En la oscuridad… Señor, Dios mío, ¿quién soy yo para que tú
me abandones?
La criatura de tu amor - y ahora convertida en la más
odiada.
La única que has apartado de Ti como a alguien no deseado -
no querido.
Llamo, me aferro, busco y no encuentro respuesta . . .
Cuando trato de elevar mis pensamientos al cielo, es tal el
vacío que siento que esos mismos pensamientos regresan a mí como cuchillos
afilados... lastiman mi alma...
. . .la misma palabra Amor, no significa nada para mí . . .
Me han dicho que Dios vive en mí - y sin embargo, la
realidad de la oscuridad y la frialdad y el vacío que me rodea es tan grande
que nada toca mi alma...
“Dios mío, ¡qué doloroso es este dolor desconocido!"
Increíblemente, la Madre Teresa vivió en un desierto
espiritual, sintiéndose rechazada por Dios.
Abandonada por Él en medio de la más grande oscuridad, justo
en el momento en que el mundo más la aplaudía, más la adulaba, más reconocía
sus méritos.
Como una ironía, cuanto mayor era su éxito, y el aplauso
público hacia su persona, más abandonada, humillada y desesperada ella se
sentía.
Y cuanto más lo hacía, más entendía que la mayor pobreza que
sus abandonados sentían era la falta de amor.
Y tanto como sus cuidados muchas veces sin esperanza a los
cuerpos lacerados y moribundos, ella prodigaba su mano amorosa, su sonrisa
cariñosa, el amor misericordioso de Cristo, prodigándose hacia tantos Cristos
sufrientes.
Pero Dios aprobaba esa misión abnegada y sacrificada a favor
de sus hijos más sufrientes.
En una época de sequedad y falta de vocaciones, una gran
cantidad de jóvenes deseaban unirse a la causa y dejaban todo con ese fin.
Entrar en las Misioneras de la Caridad significaba abandonar
las compensaciones del mundo, para hacerse cargo de lo que ese mundo rechazaba
y alejaba de sí.
Una Misionera de la Caridad, al entrar, sabía que no le
estaría permitido recibir regalos, ni visitas familiares o de otro tipo.
Que tendría tres saris, uno para usar, otro para lavar y el
tercero puesto a secar.
Dos mudas de ropa interior confeccionadas con costales, a
los que sería necesario lavar diez veces antes de que pudieran ser utilizados.
Un par de sandalias, una cuchara de metal, un plato, una
jofaina, una esterilla de paja, un crucifijo y una Biblia sería todo su bagaje
personal.
Los abrigos pertenecían a la comunidad y no les estaba
permitido usar medias, ni aún en la nieve.
Toda la ropa debía lavarse a mano y nunca se aceptaron las
muchas donaciones de lavarropas que les fueron ofrecidos.
LUCHAS, FRUTOS Y LÁGRIMAS
Junto con la multiplicación de las casas en los diferentes
países, aumentaron sus luchas para dignificar a los intocables, rechazados por
la sociedad hindú.
A los que, a pesar de haber sido bautizados, las propias
clases altas católicas obligaban a permanecer de pie en el fondo de los
templos.
A pesar de su transparencia espiritual, su vida estuvo
rodeada de contradicciones.
Su misión debía llevarla a tratar de conseguir fondos de
donde fuera.
Acusada de poner la caridad por encima de las luchas por la
justicia, “devorada por la urgencia del socorro inmediato” ella respondía:
“A mí no me interesan las estructuras sociales, no tengo tiempo
para pensar en grandes programas, nuestra misión es el hombre individual que
nos necesita ahora”.
Con el paso de los años aumentaron sin cesar sus casas y sus
obras y la Madre Teresa alcanzó un renombre mundial.
Sin ella pedirlo, o esperarlo siquiera, empezaron a llover
premios y condecoraciones.
La culminación de todos los honores fue el premio Nobel de
la Paz que le fue otorgado en 1979 y cuyo monto destinó para sus obras de
misericordia.
Al recibir el Premio, sólo dijo:
“Personalmente, no lo merezco.
Sólo he procurado ser una gota de esperanza en un océano de
sufrimiento.
Pero si esta gota no existiese, el mar la echaría en
falta”.
Convertida en una estrella, agasajada por príncipes y
banqueros, reyes y gobernantes, Papas y artistas, la Madre Teresa se convirtió
en el símbolo por excelencia de una santa viva, ante la cual se inclinó hasta
el mismísimo Juan Pablo II.
LA MUERTE Y EL RECONOCIMIENTO DE LA IGLESIA
A pesar de la certeza de que su obra había crecido
milagrosamente y de que sus hijas atendían a “los más pobres entre los pobres”
en muchos países, sus últimos años no fueron fáciles.
No sólo por los extremos sufrimientos de sus dolencias, sino
por la pena que le generó el rodaje de una película sobre su vida, realizada
para la televisión, proyecto al cual ella en un principio había dado su
aprobación, pero luego la retiró.
A pesar de lo cual, y contrariando su voluntad, el proyecto
continuó, lo cual fue motivo, según afirmaron sus más próximos, de que se
sintiese “muy contrariada”.
El 5 de septiembre de 1997, la vida terrena de Madre Teresa
llegó a su fin.
El Gobierno de India le concedió el honor de celebrar un
funeral de estado.
Y su cuerpo fue enterrado en la Casa Madre de las Misioneras
de la Caridad.
Su tumba se convirtió rápidamente en un lugar de
peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social diversa (ricos
y pobres indistintamente).
Aunque ella había delegado en una de sus hijas la dirección
de la obra, siguió siendo siempre la madre espiritual de todas.
Al fallecer de un paro cardíaco, una estela de dolor
recorrió el mundo, recientemente apenado por otra muerte, la de la princesa
Diana de Gales.
Con la cual se había encontrado en varias oportunidades,
para coincidir en un mismo deseo de asistir a los que más necesitaban ayuda.
Contaba 87 años de edad.
BEATIFICADA POR JUAN PABLO II Y CANONIZADA POR FRANCISCO
Menos de dos años después de su muerte y a causa de lo
extendido de su fama de santidad y de los favores que se le atribuían, el Papa
Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización.
El 20 de diciembre del 2002 el mismo Papa aprobó los decretos
sobre la heroicidad de las virtudes y sobre el milagro obtenido por intercesión
de Madre Teresa.
El 4 de septiembre de 2016, en medio del Año de la
Misericordia, el papa Francisco canoniza a la Madre Teresa.
LOS MILAGROS
Durante su propia vida, la luz espiritual que trasuntaba la
Madre Teresa cambió la vida de mucha gente, junto con su ejemplo de abnegación
y su carisma de increíble bondad.
Corazones endurecidos se ablandaron, gente que hacía tiempo
no rezaba volvió a hacerlo, manos vacías se llenaron con gestos de amor.
Pero la Congregación para la Causa de los Santos exige una
curación milagrosa comprobada científicamente, y obtenida por su intercesión.
En este sentido, el Vaticano estudió y aprobó el caso de un
hombre brasileño inesperada e inexplicablemente curado de ocho abscesos
cerebrales.
Dicho milagro se produjo en el año 2008 en la ciudad de
Santos, Brasil.
El padre Elmiram Ferreira, gran devoto de la Madre Teresa,
que acompañó todo este doloroso proceso, dio a la familia una oración para
pedir su intercesión.
Él mismo relató que:
“La Madre Teresa se convirtió en el consuelo y la fortaleza
de la familia durante ese largo tiempo.
Así que cuando su completa recuperación se verificó sin que
los médicos pudieran explicarla, entendí que allí estaba la mano de la Beata.”
Ese milagro no elimina la posibilidad de otros que puedan
sumarse, por lo que será bueno dirigirse al Señor para obtener de Él alguna
gracia, por intercesión de la Bendita Madre Teresa.
Sería bueno también, no olvidar las muchas enseñanzas que
nos dejó.
“La vida sin amor no vale nada; la justicia sin amor te hace
duro, la inteligencia sin amor te hace cruel, la amabilidad sin amor te hace
hipócrita, la fe sin amor te hace fanático.”
“Ama hasta que te duela.
Si te duele es buena señal”
“El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
Fuentes:
http://www.proverbia.net
http://www.buscabiografias.com
http://rincondelvago.com
http://www.gibralfaro.uma.es
http://www.raicesuruguay.com
http://forosdelavirgen.org
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