Se dice que en la Navidad y el Día de Difuntos muchas almas
del purgatorio son liberadas.
Lo que nos hace no sólo recordar que debemos orar por ellos. Sino también en este momento, pedir al Niño que ilumine
nuestras almas –en lo más profundo– y las purifique.
Iluminar y purificar: esto es la petición.
Y será contestado por el Espíritu Santo.
Esto nos lleva a un escrito de María Valtorta del 24 de
octubre de 1944, a quien Jesús le dictó una oración para rezar por los
difuntos.
Ruega así por ellos:
¡Oh Jesús!, que con tu gloriosa Resurrección nos has
mostrado cómo serán eternamente los ‘hijos de Dios’, concede la santa
resurrección a nuestros seres queridos, fallecidos en tu Gracia, y a nosotros,
en nuestra hora.
Por el sacrificio de tu Sangre, por las lágrimas de María,
por los méritos de todos los Santos, abre tu Reino a sus espíritus.
¡Oh Madre!, cuya aflicción finalizó con la alborada pascual
ante el Resucitado y cuya espera de reunirte con tu Hijo cesó en el gozo de tu
gloriosa Asunción, consuela nuestro dolor librando de las penas a quienes
amamos hasta más allá de la muerte, y ruega por nosotros que esperamos la hora
de volver a encontrar el abrazo de quienes perdimos.
Mártires y Santos que estáis jubilosos en el Cielo, dirigid
una mirada suplicante a Dios, y una fraterna a los difuntos que expían, para
rogar al Eterno por ellos y para decirles a ellos: ‘He aquí que la paz se abre
para vosotros’.
Amados, tan queridos, no perdidos sino separados, que
vuestras oraciones sean para nosotros el beso que añoramos, y cuando por
nuestros sufragios estaréis libres en el beato Paraíso con los Santos,
protegednos amándonos en la Perfección, unidos a nosotros por la invisible,
activa, amorosa Comunión de los Santos, anticipo de la perfecta reunión de los
‘benditos’ que nos concederá, además de gozarnos con la visión de Dios, el
encontraros como os tuvimos, pero sublimados por la gloria del Cielo”.
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