Si en algún momento sentís que no sos un buen papá, un buen esposo. Si ves que tu familia se derrumba por los problemas, que ya no hay armonía en el hogar, que aquello que soñaste como familia se desmorona, cuando las peleas son continuas y se hace difícil volver a casa, entonces te digo que es un buen momento para pedirle ayuda a San José. Él sabe perfectamente de las dificultades que se presentan en una familia. conoce muy bien sobre ser papá de Jesús y esposo de la mujer más extraordinaria que ha existido y existe sobre la faz de la tierra.
Su grandeza está por encima de la de todos los santos y
ángeles.
Después de María, es el santo más santo, el que más cerca ha
estado de la divinidad. Él ha tocado con sus propias manos al Dios hecho carne
y le ha podido decir de verdad: Tú eres mi hijo.
Todos sus privilegios y toda su dignidad le vienen de ser el esposo de María, padre de Jesús y, a la vez, de ser el hombre justo y bueno, a quien el Señor puso al frente de su familia.
José es el hombre del silencio. No nos dice ni una palabra en el Evangelio. Pero, con su actitud callada y reservada, nos enseña a ser humildes y a cumplir calladamente y sin alardes nuestras obligaciones de cada día.
Toda su vida estuvo al servicio de Jesús y de María. Y supo cumplir bien su misión.
Por eso, Dios lo ha encumbrado por encima de todos los
santos.
Son poquísimos los textos bíblicos que hacen referencia a san José. Él es el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de su servidumbre para distribuir la ración a su debido tiempo (Lc 12, 42). Custodio del Señor, que será glorificado1(Prov 27, 18).
El hombre fiel, que será alabado2 (Prov 28, 20). ¿Podríamos por ventura encontrar un hombre como éste, lleno del espíritu de Dios? (Gén 41, 38). Y Dios le dice: Te he hecho padre de muchos pueblos (Rom 4, 17)3. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor (Mt 25, 21.23).
Una figura de San José es Noé, en cuanto que él acogió en el arca a la paloma portadora de una rama de olivo, que anunciaba el final del diluvio y la salvación de los hombres. Y San José, acogió a María, la mística paloma, que trae la salvación al mundo al dar a luz a Jesús.
Otra figura de San José en el Antiguo Testamento es Mardoqueo, del libro de Ester.
Mardoqueo recibió un sueño de Dios en el que veía una fuentecilla, que se convertía en río de muchas aguas, y apareció una lucecita que se convirtió en sol (Est 11, 9).
Esta fuentecilla, convertida en río caudaloso, y la luz convertida en sol era Ester, a quien el rey tomó por esposa, haciéndola reina (Est 10, 6).
Ester había sido criada por Mardoqueo, que fue a pedirle que intercediese ante el rey, cuando Amán había decidido asesinar a todos los judíos del reino. Por su intercesión, el rey impidió el cumplimiento del decreto de destrucción. Amán fue ejecutado y Mardoqueo, por su fidelidad, fue nombrado el primero después del rey Asuero, muy considerado entre los judíos y amado de la muchedumbre de sus hermanos, pues buscó el bien de su pueblo y habló para el bien de su raza (Est 10, 3-4).
Aquí la reina Ester es figura de María, que ha sido ensalzada por Dios como reina del universo y que ha colaborado en la obra de la salvación de todos los hombres.
Mardoqueo es figura de José, que llega a ser el
primero después del rey, es decir el virrey; el más importante después de
Jesús, rey de reyes, y después de María, la reina.
Por otra parte, la mayoría de los autores citan como figura de San José a José, virrey de Egipto. Y aplican a San José el texto Gen 41, 55: Id a José y haced lo que él les diga.
En tiempos de hambre, el faraón dirigía a los egipcios hacia José para que éste les distribuyese el trigo acumulado en tiempos de abundancia y les decía: Id a José. De la misma manera, Dios nos dice en nuestros problemas: Id a José. Y así como José fue virrey de Egipto y el más importante del reino después del faraón, así José es el virrey de la Iglesia, es decir, el santo más importante de todos.
San Bernardo (1090-1153) dice: Aquel José, vendido por la envidia de sus hermanos y llevado a Egipto, prefiguró la venta de Cristo: este José, huyendo de Herodes, llevó a Cristo a la tierra de Egipto. Aquel, guardando lealtad a su señor, no quiso consentir al mal intento de su señora; éste, reconociendo virgen a su Señora, Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose él mismo en castidad.
A aquél le fue dada la inteligencia de los misterios en sueños; éste mereció ser sabedor y participante de los misterios soberanos. Aquel reservó el trigo, no para sí, sino para el pueblo; éste recibió el pan vivo del cielo para guardarlo para sí y para todo el mundo. Sin duda, este José, con quien se desposó la Madre del salvador, fue un hombre bueno y fiel.
El Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, al nombrar a San José patrono de la Iglesia universal, dijo: De modo parecido a como Dios puso al frente de toda la tierra de Egipto a aquel José, hijo del patriarca Jacob, a fin de que guardase trigo para el pueblo, así, al venir la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo unigénito Salvador del mundo, escogió a otro José, del cual el primero fue tipo o figura, a quien hizo amo y cabeza de su casa y de su posesión, y lo eligió como custodio de sus tesoros principales.
De la misma manera, el Papa León XIII, en la encíclica Quamquam pluries, del 15 de agosto de 1889, dice: Está afianzada la opinión, en no pocos Padres de la Iglesia, concordando en ello la sagrada liturgia, que aquel antiguo José, nacido del patriarca Jacob, había esbozado la persona y los destinos de este nuestro José y que había mostrado con su esplendor, la magnitud del futuro custodio de la sagrada familia.
Así lo interpretó también el Papa Pío XII al instituir la fiesta de San José obrero en 1955, a las palabras del Génesis 41, 55 (Id a José). Y esto mismo hizo el Papa Pablo VI.
Muchos autores sagrados adjudican también a San José las
siguientes palabras dirigidas a José virrey de Egipto: En cuanto a mi hijo José
lo veo que crece, que no deja de crecer (Gén 49, 22). ¿Podríamos por ventura
encontrar un hombre como éste lleno del Espíritu de Dios? Y dijo el faraón a
José: Puesto que Dios te ha dado a conocer todas estas cosas, no hay nadie que
sea tan inteligente y tan sabio como tú. Así pues, gobernarás mi casa y todo mi
pueblo obedecerá tu voz... Y el faraón, quitándose el anillo, lo puso en el
dedo de José y le hizo revestir con trajes de fino lino, y le puso en el cuello
un collar de oro. Le hizo montar en el segundo de sus carros y todos gritaban
ante él ¡De rodillas! (Gén 41, 38 ss.).
Fuente: En su mayoría el texto pertenece a las reflexiones del Padre Ángel Peña