Carta de un alma condenada
Primera parte
Este texto, fuerte y conmovedor, nos lo envía un Sacerdote Jesuita amigo, quien
lo acompaña con la siguiente introducción:
Este material no es del gusto actual, de la sociedad moderna, por supuesto del
gusto mundano, ni lamentablemente de muchos entre los llamados fieles
cristianos. Debemos prestar atención hoy día a esta realidad y verdad de fe
definida en la Iglesia Católica, acerca de la existencia del infierno y de su
duración eterna. Tristemente, el abandono consciente o inconsciente de su
consideración, está llevando a muchos a negar su existencia, con consecuencias
más que lamentables en la conducta y en su ineludible juicio Divino. Lo que
sigue, guste o no, no es argumento para adoptar la conocida actitud llamada del
avestruz, de esconder la cabeza bajo las alas.
Este texto no configura ninguna definición eclesiástica, sino que es sólo un
escrito privado que goza de licencia eclesiástica, para que pueda imprimirse y
por tanto leerse.
Carta del más allá
Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al
Infierno
Imprimatur del original alemán: Brief aus dem Jenseits - Treves,
9-11-1953.N.4/53
Introducción al texto original
Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se
refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de
sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.
La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la
condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada.
Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de
tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance
trascendental.
El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una religiosa
fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos
de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así
como su condenación eterna comunicada en un sueño. La Curia diocesana de Treves
(Alemania) autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva.
La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de revelaciones y
profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel
C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor
autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la
misma con la doctrina católica.
Entre los manuscritos dejados en su convento por una religiosa, que en el mundo
se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:
El relato de Clara
Tuve una amiga, Anita. Es decir, éramos muy próximas por ser vecinas y
compañeras de trabajo en la misma oficina M. Más tarde, Ani se casó y no volví a
verla. Desde que nos conocimos, había entre nosotras, en el fondo, más
amabilidad que propiamente amistad. Por eso, sentí muy poco su ausencia cuando,
después de su casamiento, ella fue a vivir al barrio elegante de las villas,
lejos del mío.
Durante mis vacaciones en el Lago de Garda (Italia), en septiembre de 1937,
recibí una carta de mi madre en la que me decía: "Anita N murió en un accidente
automovilístico. La sepultaron ayer en Wald Friendhof". Me impresioné mucho con
la noticia. Sabía que mi amiga no había sido propiamente religiosa. ¿Estaría
preparada para presentarse ante Dios? ¿En qué estado la habría encontrado su
muerte súbita? Al día siguiente escuché misa, comulgué por la intención de
Anita, en la casa del pensionado de las hermanas, donde estaba viviendo. Rezaba
fervorosamente por su eterno descanso, y por esta misma intención ofrecí la
Santa Comunión.
Durante todo el día percibí un cierto malestar, que fue aumentando por la tarde.
Dormí inquieta. Me desperté de improviso, escuchando algo así como una sacudida
en la puerta del cuarto. Encendí la luz. El reloj indicaba las doce y diez
minutos. Nada. Tampoco ruidos. Tan solo las olas del Lago de Garda golpeando
monótonas contra el muro del jardín del pensionado. No había viento. Yo
conservaba la impresión de que al despertar encontraría, además de los golpes de
la puerta, un ruido de brisa o viento, parecido al que producía mi jefe de la
oficina, cuando de mal humor tiraba sobre mi escritorio una carta que lo
molestaba. Reflexioné un instante si debía levantarme. ¡No! Todo no es más que
sugestión, me dije. Mi fantasía está sobresaltada por la noticia de la muerte.
Me di vuelta en la cama, recé algunos Padrenuestros por las ánimas y me dormí de
nuevo.
Soñé entonces que me levantaba de mañana, a las 6, yendo a la capilla. Al abrir
la puerta del cuarto, me encontré con una cantidad de hojas de carta.
Levantarlas, reconocer la letra de Anita y dar un grito, fue cosa de un segundo.
Temblando, las sostuve en mis manos. Confieso que quedé tan aterrorizada que no
pude rezar. Apenas respiraba. Nada mejor que huir de allí, salir al aire libre.
Me arreglé rápidamente, puse la carta dentro de mi cartera y salí en seguida.
Subí por el tortuoso camino, entre olivos, laureles y quintas de la villa, más
allá del conocido camino gardesano.
La mañana aparecía radiante. En los días anteriores, yo me detenía cada cien
pasos, maravillada por la vista que ofrecían el lago y la Isla de Garda. El
suavísimo azul del agua me refrescaba; como una niña que mira admirada a su
abuelo, así contemplaba, extasiada, al ceniciento monte Baldo, que se levanta en
la orilla opuesta del lago, hasta los 2.200 metros de altura. Ese día no tenía
ojos para todo eso. Después de caminar un cuarto de hora, me dejé caer
maquinalmente sobre un banco ubicado entre dos cipreses, donde la víspera había
leído con placer "La doncella Teresa". Por primera vez veía en los cipreses el
símbolo de la muerte, algo en lo que antes no había pensado.
Tomé la carta. No tenía firma. Sin la menor duda, estaba escrita por Ani. No
faltaba la gran "s", ni la "t" francesa, a la que se había acostumbrado en la
oficina, para irritar al Sr. G. No era su estilo. Por lo menos, no era así como
hablaba de costumbre. Lo habitual en ella era la conversación amable, la risa,
subrayada por los ojos azules y su graciosa nariz...Sólo cuando discutíamos
asuntos religiosos se volvía mordaz y caía en el tono rudo de la carta. Yo misma
me siento envuelta por su excitada cadencia. Hela aquí, la Carta del Más Allá de
Anita N., palabra por palabra, tal como la leí en el sueño.
La Carta
CLARA, NO RECES POR MÍ, ESTOY CONDENADA. Si te doy este aviso - es más, voy a
hablarte largamente sobre esto - no creas que lo hago por amistad. Quienes
estamos aquí ya no amamos a nadie. Lo hago como obligada. Es parte de la obra
"de esa potencia que siempre quiere el mal y realiza el bien". En realidad, me
gustaría verte aquí, adonde llegué para siempre. No te extrañes de mis
intenciones. Aquí, todos pensamos así. Nuestra voluntad está petrificada en el
mal, es decir, en aquello que ustedes consideran "mal". Aún cuando pueda hacer
algo "bien" (como yo lo hago ahora, abriéndote los ojos ante el infierno), no lo
hago con recta intención.
¿Recuerdas? Hace cuatro años que nos conocimos, en M. Tenías 23 años y ya
trabajabas en el escritorio desde seis meses antes, cuando yo ingresé. Varias
veces me sacaste de apuros. Con frecuencia me dabas buenos avisos que a mí,
principiante, me venían muy bien. Pero, ¿qué es "bueno"? Yo ponderaba, en aquel
entonces, tu "caridad". Ridículo... Tus ayudas eran pura ostentación, algo que
desde entonces sospechaba.
Para leer la carta completa ir a:
Carta de un alma condenada